“Mi jardín es mi más bella obra de arte. Todo lo
que he ganado
ha ido a parar a estos jardines. Todo el mundo
discute mi arte y pretende comprender,
como si fuera necesario, cuando
simplemente es amor”.
ha ido a parar a estos jardines. Todo el mundo
discute mi arte y pretende comprender,
como si fuera necesario, cuando
simplemente es amor”.
Claude Monet
¿Cuánto puede brindar un jardín? Hay mucho más allá de sus paredes
celulares. En el barrio La Palmilla y en general en la comuna de Conchalí, muchas
de las casas son antecedidas por un pequeño jardín delantero. Cada uno es
distinto del otro, sin dejar de ser lo mismo genéricamente (un jardín). Cada
cual posee su propio decorado y sentido constituido por diversas plantas,
maceteros y objetos que conviven en el espacio del jardín. Para quien visita el
barrio esto puede parecer muy llamativo e inusual -el ante jardín en un gesto
algo selvático, desatado, se expande hasta la vereda- sin embargo, es un rasgo
repetitivo, las casas se muestran únicas a través del gesto común del jardín
personalizado. Es una forma de singularidad común del barrio y sus habitantes,
que se configura como rasgo característico de La Palmilla y Conchalí, la imagen
de un colectivo. Los jardines personalizados funcionan como la cara visible y
reconocible de la comunidad, que se rebalsan más allá de las rejas, tomándose
la calle.
El espacio del jardín se plantea como un límite, un espacio intermedio,
que hace de transición entre el exterior de la calle y el interior del hogar.
Es mediación e invitación, el interior volcado hacia la calle, invitando a
quien se aproxima por la vereda a ingresar al espacio interior. Un espacio en
el que se encuentran y mezclan interior y exterior, dueño de casa y visitante.
La exposición “Jardín” de las artistas: Isabela Millán, Macarena Cuevas
y Filippa Leporati, es una instalación orgánica realizada con plantas recolectadas
desde las casas de los vecinos del barrio. Cada una de las plantas de la
instalación, significó para las artistas, un recorrido, un trazado a través del
plano del barrio, donde cada parada es un punto expansivo. La reunión por y en
el jardín, lleva hacia el dueño de casa, quien es propietario de las plantas y
responsable de su cuidado. Cada uno las elige por motivos personales, ya sea
por su aspecto o cualidades, y las cuida a su manera, como parte de su quehacer
cotidiano en la casa. La operación artística permite que cada planta represente
a su dueño, montando una comunidad orgánica al interior de la sala de arte.
La comunión en el Jardín.
Un espacio de encuentro y convivencia, un terreno calmo y pausado. El
jardín aquí funciona como una parte más del habitante de la casa, pero no sólo
es parte de el porque lo cuida y personaliza, es un espacio de comunión. El
jardín expande la intimidad y personalidad de su cuidador hacia la calle, pero
también la intensifica dentro de él. ¿Qué brinda el jardín a su cuidador? Un
umbral del cuidado y la pausa, un escenario del cotidiano y la delicadeza. Cada
cuidador de jardín realiza una procesión, para atender a sus plantas, cada una
de ellas le exige su mano blanda y benefactora, generándose una simbiosis[1]
estrecha, donde se invierte y encapsula el tiempo, revistiéndose de un carácter
casi ritual. Las plantas son confidentes de secretos y pensamientos, sus
necesidades generan en el cuidador la instancia para meditar y dar paso al
procesamiento del día a día. No sólo plantas y cuidador son beneficiados en
este umbral vegetal del florecer, los objetos cotidianos son resignificados y
reciclados, ya sea como maceteros o como elementos que forman parte de la
caracterización de la pequeña comunidad verde. Revestido del verdor y humedad,
el jardín puede tornarse el espacio más íntimo, donde los confidentes vegetales
acompañan en la pausa y reflexión, mientras que en cada cuidado y atención el
cuidador brinda entrega y compromiso. Todo ser que comulga en este portal vivo,
es cultivado por los otros; conviven a través del tacto sutil y el compromiso.
La obra encierra dentro de sí múltiples relatos. Hay una historia tras
cada planta y cada objeto curioso que la acompaña contada por el cuidador, que a
la vez tiene una propia. Hay otro relato en la aproximación a la comunidad por
parte de las artistas, y a la vez uno propio en cada una de ellas; todos se
reúnen en el proceso de obra, haciendo de la instalación sólo una parte
tangible de la experiencia, que representa la función que tuvo el jardín, el
lugar de comunión entre los cuidadores, las plantas y las artistas. Las plantas
hablan como si fueran sus cuidadores.
Las comunidades humanas somos como comunidades de plantas, cada uno
único e irrepetible, y en este mismo aspecto, parte constitutiva de una
comunidad simbiótica. Similares en formato, e irremediablemente diferentes en contenido,
historia e interior; a medio camino entre jardín humano y comunidad
vegetal.
Fernanda
Yévenez