Panderetas



Toda búsqueda implica una distancia con el objeto que se desea encontrar. Esta puede ser desconocida, un recorrido impredecible, que promete el conocimiento de algo nuevo e inédito, pero también puede exigir un viaje a terrenos conocidos, que a la vez son difusos, un viaje que provee el reconocimiento o reconfiguración de algo que ha perdido su forma y claridad.

Recordar puede resultarnos un ejercicio exigente y agotador. Implica bucear entre imágenes, olores, sonidos, texturas, temperaturas, atmosferas y lugares co-existentes en nuestra memoria. Podemos pensar que recordar nos traerá al presente aquello anhelado, con auténtico brillo, una imagen limpia e idéntica de lo pasado; pero el recuerdo no ofrece garantías de devolver en HD (alta definición) lo experimentado, sólo garantiza una distancia que -al resolverse- nos traerá al presente “algo así” como el objeto buscado, unos cuantos retazos actualizados de eso ya pasado.

Un recuerdo es el archivo más absurdo, no es lo que buscamos recordar, es una cosa o forma completamente distinta de aquello. Además de la distancia y la búsqueda, el recordar nos garantiza sólo unos cuantos retazos de aquello buscado, pero licuados y ensamblados con residuos de lo que nuestros cuerpos y mentes han experimentado. Recordar es como un ensamble tipo Frankenstein, trae un poco de todo lo anterior, para conformarse como un ser nuevo y original. Un índice, un verosímil, esto son las imágenes vistas a través de la ventana del tiempo y la memoria en Panderetas.


Límites – invención

El objeto buscado en la memoria es traído en trozos al presente, una actualización como unidad virtual, indicial y congruente, pero jamás igual al original.

Al momento de recordar, la memoria en suma al tiempo y la experiencia generan límites. Estos nos privan de conocimientos exactos, pero hay que saber entenderlos. El límite es el punto de inflexión para la creación, él nos invita y fuerza a distorsionar un poco la realidad.

La dificultad para llegar a una representación definida y precisa a través de la memoria, es donde Pablo Ferrer se sitúa para generar estas “imágenes indiciales” que conforman Panderetas. Un barrio de Macul hace aproximadamente treinta años atrás, es el que se nos aparece como recuerdos fugitivos e imágenes anacrónicas a la vez. Un pasado escurridizo que se manifiesta reconfigurado en la pintura. Lo conocido -el edificio y sus habitantes- junto a lo desconocido -el sitio eriazo aledaño y las panderetas con sus más allá- son un juego de próximos y lejanos, respectivamente, que han sido sometidos, al límite del tiempo que no se detiene y la memoria que se reserva los detalles explícitos. La atmósfera traída a imagen nos muestra la convivencia -en la infancia del artista- entre el espacio conocido, familiar y protegido, en contraste con el espacio de aventura, incertidumbre y posible peligro. En la experiencia pasada, el artista reconoce locaciones opuestas; los interiores del edificio, que muestran lo ya dado, el hogar y la familia, son el terreno seguro y acogedor; en oposición con el exterior, lo colindante, las panderetas y los eriazos, que significan las experiencias nuevas y la aventura, los resultados inesperados, y las vivencias personales donde el individuo se ve indefenso, uno a uno con los otros y el entorno, donde no valen la protección del hogar ni las paredes para ocultarse.

Es la representación de un límite físico, geográfico, social y personal alguna vez habitado, a través del límite del tiempo y la memoria del autor. Lo primero como las experiencias iniciales fuera del hogar y lo segundo como la dificultad de recordar con nitidez.

Fuera de las vivencias personales del artista, los elementos determinantes en la obra son la pintura misma y su relación con el modelo. ¿Cómo es comprendido el soporte pictórico?, como el único espacio en el que emergen no los recuerdos, si no sus suplementos. En efecto, para lograr ver éstos, se dejó de ver al original, y se ha mirado a través de un agujero, el presente plasmado en la tela, generando una nueva imagen, que es índice de los recuerdos, unidos a retazos de otras cosas transitantes en la memoria. Los retazos que emanan de la experiencia, son las sensaciones y factores que definen las atmósferas habitadas, son rasgos de un relato experimentado, la vivencia de lo habitado. Hay una atmósfera recreada, que puede ser totalmente diferente a la del hecho original, pero es una huella sintomática del acontecimiento atestiguado.

Los trabajos aquí expuestos, se presentan como una imagen independiente del modelo, utilizando de él, sólo las huellas de experiencia que impriman sus cualidades como un índice; trabajan con un modelo inmaterial, que, gracias al límite de la forma indefinida, permite generar una imagen actual, la pintura.  La intención compositiva de Pablo Ferrer es usar el modelo del recuerdo para hacer pinturas, no hacer pinturas que parezcan recuerdos.

El tiempo que transcurre sobre la materia y realidad, es quién otorga la metamorfosis, configuración y resignificación. Al igual que un cuerpo humano, los edificios cambian su forma y funciones, pero siguen siendo un mismo “espacio o realidad”. La Palmilla Oriente [1]también es pasaje del tiempo y su transformación; antes nos ofrecía abarrotes, hoy nos ofrece arte. Sus cimientos son el índice, sobre el que relaciones, intercambios y parajes humanos han cambiado, el espacio se ha reconfigurado, pero, de todos modos, hoy como antes, volvemos de ella con algo nuevo a casa.


Fernanda Yévenez



[1]      En referencia a la Sala de Arte La Palmilla Oriente, ex Almacén Provisiones Oriente.