La Rayuela o tejo es un juego
típico de las zonas rurales de Chile, su práctica se remonta a la época
colonial. Siendo reconocida como deporte nacional el 2014, se juega dentro como
fuera de la capital santiaguina; los rayueleros (nombre que reciben los
practicantes del deporte) se organizan y compiten a través de los Clubes de
Rayuela de ciertas poblaciones y localidades. El objetivo del juego es lanzar
un tejo desde determinadas distancias para dar en la lienza; achuntar justo en
el cordel blanco tensado sobre el cajón lleno de tierra. ¿Cómo se evalúa el
resultado? Según la marca que deja el tejo en la superficie.
Actualmente Francisca Galaz
expone Quemadas en la sala de arte La
Palmilla Oriente. Compuesta por fotos, video e instalación, la muestra puede
entenderse como un juego en el que se abre y expande la rayuela como una posible
metáfora. La caída del tejo en la lienza es dar con lo que una sociedad
normalizadora y moralizante exige, una existencia que no provoque conflicto ni
incomodidad para el entorno. Pero que el tejo caiga donde se espera es sólo cuestión
de probabilidades y especulación, las intenciones no siempre coinciden con los
resultados. Siempre existe la posibilidad de no dar en la lienza, defraudando así
las expectativas propias y ajenas. Hay muchas probabilidades de no dar con la
norma y resultar ser un otro, una alternativa
a lo normal[1].
La norma moral determina como
ideal muchas cosas, cosas adecuadas que no perturben el debido orden expedito.
Cosas cómodas y políticamente correctas. En el caso de la artista, provenir de
la provincia de Santa Cruz, no ejercer una carrera tradicional, no tener una
residencia fija y vivir su sexualidad de manera diversa; son algunas de las
características que la convierten en un incómodo e imperfecto tejo que no llegó
a la lienza, una jugada errada de un rayuelero que no ganó la partida. La marca
alejada de la lienza resuena como el castigo, el peso de los juicios de un
entorno social normalizador. Mas ¿Quién es culpable? Ellos y nosotros[2]
podemos desear algo, pero el azar siempre tendrá el control… y lo ejerce a ojos
vendados, sin preferencias, es así y nada más.
Un lanzamiento errado genera una
marca, y en ocasiones un ruido sórdido. A veces suena poquito y otras mucho, sucede
también que la huella es chiquita, otras profunda y definida. Los juicios son
como las palabras y el sonido, reverberan de distintas formas en distintos
lugares; los clubes de rayuela y sus localidades también. A veces dicen “Pueblo
chico, infierno grande”; los poblados pequeños son como un charco, todos los
seres vivos se conocen y ven de bien cerca. Las personas son juzgadas
respondiendo a la parte por el todo, lo que se dice de ti se dice de tu núcleo
humano. En una capital hay más espacio, más personas, más vectores con
distintas fuerzas y direcciones; los juicios son fugaces y efímeros, pero
abundan y acechan con la certeza de una flecha que te atraviesa a la vuelta de
la esquina. Tanto en capitales como en provincias se puede ser un otro, una
desviación a la norma abordada como terreno de juicios, terreno para lanzar
piedras. Tanto en Santa Cruz como en Conchalí hay Club de Rayuela, tanto en el
lugar de origen como en el lugar de destino hay una mirada calificadora.
La alteridad puede darse de
muchas formas, inclusive puede sumarse como piezas de un juego de ludo (logrando
así, que una sola ficha alcance el cuádruple de su altura). El género femenino
ha sido una superficie de contacto que resistió y resiste mucho peso moral;
expectativas y juicios represivos. La mujer fuera de la heteronorma es como una
pieza de ludo con su nivel aumentado, doble represión, mujer y disidente
sexual. Sobre esta figura cae un juicio que golpea castigando con un ritmo
severo, que lamentablemente se ha visibilizado menos a través de los relatos
oficiales de la historia, el arte, la política, etc. Relatos escritos por el
poder normalizador, que busca arrullar plácidamente a quien no debe
perturbarse, quien no debe desviarse de la norma.
Al fin y al cabo, ¿qué tan
válido es un juicio en relación a lo relativo de la norma? Lo normal es, una
imposición seleccionada por dar comodidad a una mayoría con poder, un consenso.
Muy similar al decreto de ley que hizo de la rayuela un deporte nacional, lo
cual es un neocolonialismo más, un consenso respaldado por el poder y la
mayoría. El juicio entre personas es como un patrimonio de la humanidad;
representativo e irrenunciable. Pero que sería de la norma sin su desviación,
es la contraforma que la define. Sin tiros errados no hay quemada, sin un
absurdo y delgado hilo blanco tensado sobre el cajón no hay diferencia entre
ganar y perder. Aquí y allá, nosotros y ellos, estamos siempre sometidos a una
endeble y antojadiza norma, en la cual daremos sólo si el azar lo permite, sólo
si el azar a ojos cerrados nos da una quemada.
Fernanda
Yévenez
[1]Normal
(del lat, normalis) adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o
magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
[2] Y
a la vez ellos son nosotros y nosotros ellos, es relativo y absurdo.