“Aquí estoy y me afianzo;
formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!”
Hoy nos encontramos en la Sala de
Arte La Palmilla Oriente, donde figuras humanas se distribuyen concéntricamente
en torno a un martillo invertido. Suena como un extraño escenario; un espacio tomado
por intimidantes humanoides; cascarones de hombres y figuraciones humanas de
desecho, reunidas para increpar a la herramienta y la materia prima; la técnica
y la naturaleza, el martillo y la piedra, la solución y su problema progenitor.
Primero fue la naturaleza por sí
misma, luego llegó el hombre a transformarla. Sin un problema no habría
respuestas ni soluciones. Sin una piedra por devastar, el martillo y el cincel
no tienen propósito ni sentido. ¿Qué es el hombre sin la técnica, que queda del
hombre ante la naturaleza sin la luz que le brinda esta?
Desde los inicios de la era
humana, el hombre ha recurrido a las herramientas y al “saber hacer” para
erguirse ante la fuerza e ímpetu de la naturaleza. Podemos comprender la
cultura y sus manifestaciones como producto de la técnica humana transformando
la naturaleza. Una de estas es las artes visuales, nos invaden a través de las
imágenes, e incluso, en nuestra propia dimensión espacial. ¿Quién no se ha
sentido amenazado o sorprendido por una estatua imprevista, entes volumétricos
que dejan sentir su cuerpo cerca del propio? Sin haberla visto, sentimos su pregnante
presencia.
La exposición de los artistas
Nicolás Salazar y Kevin Parra lleva por nombre Prometeo, como el mito atávico sobre el titán que burló a los
dioses y les robó el fuego para dárselo a los humanos.[2]Este
fue condenado de tal forma que su condición inmortal fuera la causa de su
sufrimiento; encadenado a una roca en los más alto de la región clásica de
Escitia, un águila devora su hígado (que se regenera) hasta lo que dure la
eternidad. El sufrimiento perpetuo del titán no tiene solución, es un suplicio
eterno. Los humanos perecen, los titanes y dioses no.
La escultura ha pasado por muchos
estados y formas, distintos estilos y distintas concepciones de sí misma. Desde
sus orígenes a estado ligada al monumento; se entiende como la convención
formal en la que la estatua debe representar un hito (casi siempre es un asunto
de memoria política, social, histórica), que es definido y enaltecido por el
plinto o basamento, levantando a la estatua del suelo y elevándola por sobre la
escala humana, asciende a la escala monumental. En esta modalidad, la
materialidad y la técnica son decisivas, se trata de componentes nobles y
difíciles de trabajar, exclusividad y privilegio escaso, o que demande trabajo
duro. Hubo un giro notable en la década del 60, de la mano del minimal y del
arte conceptual. La disciplina es llevada a lo que no era por convención
formal; el monumento, el plinto, los soportes materiales y el sitio de
emplazamiento se ven desvirtuados y expandidos. La representación también se ve
afectada; al dejar de lado la función conmemorativa de un hito para la
comunidad, ingresa lo privado, íntimo o antojadizo en el cuerpo escultórico.
El trabajo de los artistas
Nicolás Salazar y Kevin Parra funde el paisaje y desecho urbano en la
escultura, el cotidiano más precario y mundano pasa a ser cuerpo escultórico.
Ambos comparten el sitio diario de Conchalí, son artistas de la comuna.
En el caso de los cascarones
humanos de Nicolás, estos son fundidos con material sobrante de su día a día, restos
de metal que encuentra en el trabajo, en el trayecto a casa, o que le regalan
sus amigos y vecinos. Los humanoides son creados pensando en el espacio público
de la comuna. El proceso de construcción de la figura humana dista mucho del
canónico, usa su propio cuerpo como modelo, un cuerpo como cualquier otro que
no es seleccionado para el modelaje. Estas figuras pertenecientes a la serie
“Hombre de Acero” poseen una reflexividad y emotividad propia de un hombre de
carne y hueso, lucen como una epidermis metálica, modelada por el padecer y la sensible
existencia humana. Son producto del viaje expresivo y sensorial del artista al
entrar en contacto con el metal y el calor.
Las figuraciones humanas e
inhumanas de Kevin provienen del desecho de cualquier índole; papel, bolsas,
plástico, yeso, alambre, etc. Son restos de su cotidiano que recolecta bajo una
dirección aleatoria. Son trabajados y desfigurados para ingresar al espacio
expositivo artístico; galerías de arte y plintos. Sin embargo, esta
desfiguración no es cosmética, todo lo contrario, busca resaltar lo cotidiano y
residual del mamarracho que bizarramente se instala a la vista del espectador. Todo
lo que puedas encontrar en un basurero o en el piso del aula de clases, lo
puedes reconocer en las piezas de este artista recolector e irónico, insolentes
y honestas a la vista del circuito artístico.
Ambos artistas generan un cruce
entre lo cotidiano y lo público, llevan su imaginario local a la contemplación
desplegada en el espacio abierto y centralizado.
La estatuaria conmemorativa tiene
afán de titan (o dios), aspira a permanecer intacta e imperturbable en medio
del espacio público. En su misión de convivir como un monumento o hito con su
entorno, irónicamente, se espera que se conserve inmaculada e impoluta. Sin
embargo, la ciudad y los habitantes arrasan con todo… la estatuaria
conmemorativa es burlada y pervertida; rayada, cuatreada, intervenida, hasta
disfrazada y travestida; irremediablemente se funde con los mortales, estos la sometemos
a la fugacidad y la vulnerabilidad material. Tal como los humanos nos
desgatamos con el tiempo, las estatuas -los aspirantes a inmortales- deben dar
cara al desengaño y admitir su condición; son nada más ni nada menos que
materia reactiva al tiempo y el entorno, materiales que ceden ante el día a
día, dando cuenta de ello en su superficie visible. Todo lo que sea materia en
el espacio cotidiano, está condenado a involucrarse con este; dejarse envolver
del paso de la mano humana junto a sus creaciones y desechos.
Las representaciones
tridimensionales siempre han convivido con los humanos y los objetos cotidianos;
caminamos sobre la tierra y somos volumétricos, fue el plinto y la
monumentalidad lo que nos hizo sentir “espacialmente” diferentes.
¿Habrá que beatificar o castigar
a Prometeo? Nos dio la llama flamante de la técnica e inteligencia para dominar
la naturaleza… subsumirla o convivir provechosamente, depende de la intención
del humano. Afortunadamente existe el arte, afortunadamente existen humanos
artistas como Kevin y Nicolás que revierten esta cadena de transformación y
desecho.
Querido Prometeo, polémico
Prometeo:
Así como le entregaste a Zeus la
mitad de hueso y grasa del buey ofrendado en la antigüedad, en la era
contemporánea has salvado a la humanidad trayendo el desecho y la impureza
material a la escultura. La estatuaria conmemorativa debería ser encadenada y
devastada eternamente por un águila en tu piedra, hasta lo que dure la
eternidad.
Fernanda Yévenez
[1]
Extracto del poema Prometeo, de Johann Wolfgang von Goethe.
[2] La
tragedia es atribuida a Esquilo, dramaturgo griego (525 ac) reconocido como el
primer gran exponente de la tragedia griega.
Existen pruebas de que Prometeo
encadenado era la primera parte de una trilogía, sucedida por Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego, de las cuales solo quedan fragmentos.
Actualmente se discute la autoría de Esquilo, manifestando la duda de si la
tragedia fue escrita por otro autor o un colectivo anónimo.