Descolocación Pegajosa


A las obras que componen Paisaje de Benjamín Gallardo la merodean ideas, seres y materias viscosas con hedor a antigüedad. Gateando en nuestra percepción digital del espacio estas sustancias anacrónicas comienzan su merodeo por la exposición. En Google Maps  se pueden encontrar los negocios del barrio de la Palmilla pero en la misma apps, no puedes encontrar a La Palmilla Oriente, ex Provisiones Oriente, antiguo almacén ahora detenido en el tiempo. Se las han arreglado para quedarse atrás en las tecnologías de las coordenadas espaciales. Inversión inútil pero graciosa del rol que pueden llegar a jugar los espacios artísticos como hitos icónicos (orientación cognitiva) de una comunidad, así como también del papel que desempeñan en el encarecimiento de la misma (desorientación cognitiva y material). De todas formas, en las periferias de Santiago y en el país de la centralización esto difícilmente podría llegar a ser el caso.
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A pasos largos se acerca….  Hace casi cien años atrás, artistas provenientes de Chile extrajeron de Europa un proceso. Este pensamiento/acción iba más o menos así: seleccionabas las diversas figuras orgánicas de la realidad y las simplificabas hasta el punto de que parecieran formas geométricas, lo que obtenías entonces en  tus pinturas era la representación de una realidad enrarecida  Esta forma de hacer arte la observaron en las pinturas de Cézanne y de los artistas cubistas, quedándose plasmada en sus miradas. Puede ser que aquello que vieron nunca estuvo en esas pinturas realmente sino que provenía del propio cerebro de estos antiguos compatriotas. La sustancia era pegajosa, no podían verla pero podían sentir como cambiaba sus gestos, como les interfería en sus dedos, en sus miradas. No habría más remedio, el proceso volvería con ellos.

En el circuito nacional, la idea se mostró prolífica y fue abrazada por las personas que se dedican al mal pagado negocio de hacer imágenes con sus propias manos. Los años pasaron y el proceso de llevar la figuración hacia la abstracción fue repetido, mutado, olvidado, recuperado... Un día Benjamín también se contaminó con él, y lo sometió a su propia mutación.

Lo que Benjamín ha hecho al contemplar el paisaje es seleccionar y someter sus diversos elementos a una expresión de líneas simples, abstractas, pero no geométricas. Sin embargo, la forma en la que él ordena el espacio de lo que su mirada capta responde a otro impulso, el cuál haya su fuerza en una sustancia que no se adhiere al cuerpo, ni a los pensamientos, ni a los órganos, porque más bien emerge de ellos. Es tan anacrónica como relativamente universal.  Es acaso la instancia en la que una imagen más puede parecerse a una risa, a una expresión de dolor, a una mueca de asco. Corresponde al modo intuitivo de representar un espacio, sin perspectiva clara, donde la lejanía es interpretada como una cosa sobra la otra y que vemos constantemente en los dibujos de niños, en las obras de algunos pintores sin formación académica, apodados naif o ingenuos, y en las antiguas culturas agrícolas.   

La abstracción de las formas hacia la simpleza, como el ordenamiento ingenuo del espacio, hacen simbiosis para dar paso hacia una representación de las energías que son consecuencia de los actos humanos y que recorren estos paisajes, por ejemplo: La desolación y pesadumbre en el cemento de la Ballenera de Quintay, el terror de un fuego que recorre el bosque y podría tener como causa tanto un acto revolucionario como uno reaccionario, hecho que contrasta con la tranquilidad ambigua de las “casitas” que habitan el paisaje.

Al asumir un volumen, una objetualidad, un primer grado de detención en la matriz, estas imágenes han tenido que asegurar su posibilidad de circulación tomando una similitud con el formato de la estampilla. Y lo han conseguido gracias a la modulación de los colores, al pegamento que las adhiere  a la pared, a la técnica del grabado que los multiplica en el espacio y al montaje que los transforma en un conjunto diferenciado. Ahora estos paisajes pueden estar deseosos de circular en nuestras miradas y manos ¿de qué buscaran contagiarnos en este crudo invierno?




Iván Marifil